Un poco más al este por favor o cómo Europa occidental no está tan chido, segunda parte: Serbia

 

Cuando conocí Serbia por primera vez quedé maravillado por todo lo que me ofreció; hasta el momento ha sido la experiencia más increíble que haya tenido en mi vida. Muchas entradas de este blog serán dedicadas a los países que conforman la península de los Balcanes porque es una parte del Europa que el viajero debería tomar más en cuenta que el oeste, destino primordial de los turistas. ¿Cómo llegué a Serbia? Primero me enfrasqué en la búsqueda para viajar desde Santander, España hasta Belgrado, Serbia; la aventura comienza en esta entrada, la búsqueda por el boleto de tren comienza aquí.

Serbia es uno de los países más baratos de Europa, ¡apresúrate a ir antes de que se una a la Unión Europea y el costo de vida sea más caro! Los intercambios escolares o culturales son una buena manera de viajar por el este de Europa sin gastar tanto. Hay escuelas de verano en países como Francia y Alemania en donde pagas por un curso de francés o alemán y te incluyen hospedaje y alimentos, normalmente son caros pero si decides introducirte a la lengua serbia, ya sea por curiosidad o porque quieres conocer algo diferente a lo que hay en Europa, te recomiendo el Serbian Language and Culture Workshop (Taller de lengua y cultura serbia) cuyo costo es 50% más barato que un curso de verano en cualquier país de Europa occidental. Si quieres más información sobre el curso cliquea en el enlace del taller o sigue leyendo mi experiencia en este fantástico curso.

Este curso presencial sobre lengua y cultura serbia lo tomé en Valjevo, una pequeña ciudad cerca de la frontera de Serbia con Bosnia. Más que la lengua, aprendí sobre un pueblo. No era la Serbia que veía en la televisión, no era una Serbia gris, enfrascada en interminables guerras y con gente fría que hablaba una extraña lengua. Un pueblo cándido y espontáneo fue lo que descubrí, y una gama de colores sorprendentes. Bosques, como el que separa Serbia central con la Republika Srpska (República de los serbios) de Bosnia, a ambos lados del río Drina, plagados de deliciosas frutas, coloridas bayas que mi paladar jamás olvidaría. Ríos como el Neretva. Pueblos como el yugoslavo. Todo sabía más delicioso ahí, las ensaladas, los panes, los jugos y los vegetales, comer en Serbia es delicioso, barato. Si debes de viajar a Europa hazlo al este, no sólo ahorrarás mucho dinero sino que ofrece muchas cosas. Si te gusta la naturaleza puedes aventurarte por toda su geografía y conocer a bajo costo las bellezas naturales de este país. El curso de serbio cuesta poco menos de 400 euros (8,000 pesos) por tres semanas e incluye las clases, hospedaje, comidas y visitas guiadas. Muchos extranjeros toman este curso por el simple hecho de que son para ellos unas “vacaciones” baratas. (Cliquea aquí si quieres saber cómo viajar por avión desde México a Serbia). Para mí no fueron unas simples vacaciones, fue toda una experiencia.

Cuando el tren llegó de Budapest a Belgrado una mañana de julio me sentía extraño al ver coches tan viejos por la ventana de mi compartimento, casas devastadas y frases grafiteadas en alfabeto cirílico, un alfabeto profundamente enraizado con el comunismo y la decadencia pero cuya historia más lejana estaba barnizada de perfección fonética gracias a Vuk Karadžić (el creador de la lengua serbocroata). Pero la decadencia tiene su belleza. Una belleza que desgarraría mis prejuicios sobre el este europeo, con sus monumentos, con los frondosos bosques de Serbia central y los manantiales de Aranđelovac, bajo las montañas de Bukulja y Venac, con el frescor de una dulce agua que bebería gracias a la amabilidad de dos chicas que conocí en las afueras del Museo Nacional de Belgrado (en próximas entradas hablaré sobre una de mis pasiones: los museos). Ellas me llevarían a conocer el famoso poblado donde se producía la más célebre agua mineral de Serbia además de llevarme a la Cueva de Risovača, uno de los sitios arqueológicos más importantes del Paleolítico europeo. Los verdes valles y el sonido del agua cuando me refrescaba en un bebedero público me hicieron rememorar los poemas de Friedrich Hölderlin, un romántico (o romanticista, neologismo que prefiero), que le cantaba a la naturaleza y a su belleza, a los archipiélagos griegos y a los olvidados dioses. Una experiencia espiritual casi gratuita.

Al llegar a Valjevo contemplé todo a mi alrededor: un idioma nuevo, rostros nuevos, ríos de agua de color azul. ¿Cuánto tiempo tenía sin ver un río de color azul? Una iglesia ortodoxa donde hay una boda, un mercado donde las frutas se ven y huelen bien y propaganda del Partido radical serbio con una horrible imagen sacada de algún libro de William Gibson o George Orwell. Esperaría ver a Wintermute o a Neuromancer, pero sólo vería una moderna escuela después de haber viajado en autobús donde no me atreví a pronunciar ninguna palabra en serbio. Por suerte la estación de trenes de Belgrado colinda con la estación de autobuses y sólo fue cuestión de buscar en las taquillas de la estación el nombre de Valjevo en alfabeto cirílico (Ваљево), señalar al taquillero el nombre, decir en inglés la hora y darle mis recientemente adquiridos dinares que cambié en la estación de trenes y abordar el autobús. Un proceso donde hasta una persona excesivamente tímida perdería toda noción de timidez; un triunfo más del arte de viajar.

La escuela sería todo un descubrimiento: moderna, cosmopolita, con estudiantes de Filología eslava hablando entre ellos en checo, ruso y polaco y yo con mi nerviosismo al sentir que no encajaría allí. Pero, ¿cómo no lo iba a hacer si el director del curso hablaba más de cuatro idiomas? ¿Cómo no encajar en un grupo tan heterogéneo como ése? Cuando me presenté, en inglés, todos amablemente me preguntaron el porqué de mi interés en aprender serbio. Pero en su voz no había ironía o desdén, era el simple y amable gesto de la curiosidad. Era entendible para ellos que ciudadanos de otros países eslavos tuvieran interés en un país eslavo, ¿pero un mexicano? ¡Ni siquiera era europeo! Y me hacían sentir cómodo cuando me ofrecían un vaso de agua o del delicioso jugo de fresa del que me enamoré durante toda mi estadía allá, y me hablaban de ellos, me preguntaban algo sobre mí y reíamos de todo. Serbia cosmopolita, colorida. Y yo en medio de todo su esplendor.

Como viajabundo que soy, vivo de hostales y pan con queso y jugos cuando voy a países caros (caros para un trabajador de clase media mexicana, lo que entonces equivale a prácticamente casi todos los países europeos) pero la comida en Serbia es barata y, contrario a los prejuicios occidentales, extremadamente deliciosa. Sin dar una guía de restaurantes y hablando solo de las cosas básicas (absolutamente todo allí es delicioso), diré que las paprikaš (pimientos con carne), ćevapčići (carne picada) y las salatas (ensaladas), acompañadas con todo tipo de bayas, cada día complacían a mi paladar junto con el burek, una especie de empanada, y el yogurt natural por las mañanas. Esos sabores contrastaban con el sempiterno olor del rakija šljivovica (licor de cereza) y el humo de cigarro que pululan tanto en lugares abiertos como cerrados.

La comida fue mi primer contacto cultural con Serbia. Tan pronto llegué a Valjevo y comí en casa de mis anfitriones me di cuenta de la importancia de la gastronomía en un país; del cómo, de gustarte la comida, haría mucho más fácil el acercamiento con otros aspectos de su cultura, incluyendo, y esto es lo más importante, el contacto son su gente. Ir a un restaurante en cualquier parte de Serbia, y los Balcanes, es relativamente barato. Mi recomendación callejera (porque en Serbia hay mucha cultura de comida callejera como en México) es comer un burek y yogurt por las mañanas, comer ligero una ensalada y cenar un pljeskavica (hamburguesa balcánica) con un palačinke (crepa) con evrokrem (básicamente nutella) y plazma (galleta molida) como postre, no gastarás más de 150 pesos diarios por tus tres comidas en Serbia, incluso menos si no comes tanto, el burek y el pljeskavica son servidos en grandes proporciones. Comer en los restaurantes serbios no es caro, incluso en un restaurante céntrico de Belgrado no gastarás más de 200 pesos (como mucho).

No hay guerra allí, como sí la hubo en los noventas del siglo pasado, ahí ahora hay paz y belleza por doquier. Realmente es un país que vale la pena visitar, y si lo comparamos con un país como Francia, por ejemplo, gastronómicamente no tiene nada que envidiarle, en cuanto a bellezas naturales tampoco, en todo caso Francia tiene que envidiarle dos cosas a Serbia: el costo de vida tan bajo y, sobre todo, la calidez de su gente. ¿Quieres saber más sobre Serbia? ¡Sigue leyendo este blog cada semana!