A propósito de mi nuevo libro que acabo de publicar, la novela Muñeca de caramelo, razón por la cual no he podido actualizar mi blog recientemente a pesar de que he hecho este año tres viajes a Japón, Argentina y Asia Central (Uzbekistán, Kazajistán, Kirguistán) y Catar (viaje en el que escribo estas líneas) y que próximamente hablaré de ellos, decidí publicar esta entrada dedicada a los viajes y a los libros, ya que para mí viajar y leer son casi sinónimos: uno me transporta a un lugar geográfico y el otro a un lugar imaginario. Y he hecho una selección de lo más representativo de esas lecturas que me han acompañado a destinos tan lejanos.
Mundial de Francia 98: Mis revistas de videojuegos en francés
1998. Francia. El año que gané el sorteo de los chutazos (balones de fútbol rellenos de rompope) que me llevó al mundial de fútbol y al partidazo entre México y Holanda (bueno, Países Bajos) y que de hecho fue mi primera vez en un país extranjero. Entre los viajes en tren que hicimos mi papá y yo (París-Lyon-Saint Etienne y de regreso) en los flamantes TGV (trenes a gran velocidad) tenía mis revistas de videojuegos que compraba en los famosos kioscos de Relay (puestos de periódicos con un toque de Oxxo) donde me maravillaba al ver la diversidad de revistas especializadas en videojuegos y que todas incluían un cd con demos para juegos para Playstation o Saturn. Muy en especial esta «Bible des jeux vidéo» que contenía gran información de muchos juegos que vendrían para el siguiente año, se convirtió en una guía para lo que jugaría en mi también flamante Playstation, la primera consola que compraría con mi dinero, y en mi lectura favorita en los trenes. «Papá, quiero aprender francés», le dije en su momento para entender al 100% lo que venía en mis cinco revistas especializadas que terminé comprando en Francia. «Primero inglés que es más importante y luego el francés» me respondió, y el resto es historia. ¿Quién dice que las revistas o los videojuegos -su narrativa- no pueden ser parte del mundo literario? A mí al menos me abrieron la puerta para aprender dos idiomas.

España 2004: Crimen y castigo
Barcelona, 2004. Mi primer viaje al viejo continente solo y mi primera estadía larga en un país extranjero. La capital catalana fue además la primera ciudad que conocí que tiene más librerías per capita (y con libros más baratos que en México) así que compré algunos, entre ellos «Crimen y castigo» de Fiodor Dostoievsky. En ese entonces me la pasaba leyendo libros de vampiros (de ficción y no ficción) así que esta compleja novela fue de las más intelectuales que había leído hasta el momento. Me encantó y anduve viajando por los trenes de la provincia de Barcelona con este libro que, se nota en sus marcas (con páginas que se están cayendo), estuvo conmigo durante mucho tiempo.

España 2009: Trainspotting y Porno
2009, España. Mientras estudiaba en la Universidad de Cantabria iba religiosamente cada dos o tres días a las Librerías Gil de la capital cantábrica y estos dos libros, los que en ese momento eran parte de la duología de Trainspotting (ahora pentalogía), se convirtieron en los libros que me acompañarían durante mi primera parte de mis grandes viajes durante dos años consecutivos. Primero por el norte de España (Santander, Burgos, Bilbao, San Sebastián) y posteriormente a la frontera con Francia (Irún, Hendaya) y de allí al interior del país de los francos y Bélgica. Y si bien esos parajes eran en lo absoluto sórdidos comparados con el Leith (Edinburgh) de Welsh, mientras andaba en trenes y autobuses con mis audífonos escuchando el OST de la primera película (Blondie, Underworld, Blur, Elastica, Primal Rage, Iggy Pop, Lou Reed, PF Project) y leyendo el libro que fue adaptado en 1996 por Danny Boyle en una de mis películas favoritas, y llegar a Porno, cuyas partes dedicadas a Sick Boy son una obra de arte filosófica, me transportó a lo más Eurotrash en medio de lo más bello de Europa occidental. Así es el poder de la literatura.

Europa del este 2009: Guerra y Paz
Casi quince años en el librero, juntando polvo y memorias de un lejano verano de 2009 cuando, en mi estadía académica en Santander, España, decidí pasar un año sabático viajando al este de Europa, tomando lo que llamé el «Western Express» ya que hice un trayecto de tren en sentido inverso del mítico Orient Express, desde las costas del Golfo de Vizcaya hasta la frontera entre Rumania y Ucrania en el Mar Negro. Y, si bien no crucé las fronteras de Ucrania y Rusia (por cuestiones de visado), este libro, quizás el más representativo de la literatura eslava, me acompañó con sus mil quinientas páginas durante todo el verano y otoño de ese año a través de todas las capitales eslavas del centro y del sureste europeo: Praga, Bratislava, Ljubljana, Zagreb, Sarajevo, Podgorica, Skopje, Sofia y, mi destino final, Belgrado, en donde el libro abrió mi timidez al no querer hablar en inglés en países donde el Occidente se ensañó en su contra por lo cual al ver la foto del viejo Tolstoi, la gente me sacaba plática, «Rat i Mir» (Guerra y Paz) me decían en los kafanas (cafés) y allí mi timidez se quitaba al intentar hablar serbocroata con ellos. La literatura fue, es y será, mi fiel acompañante en todos mis viajes, y mi pasaporte para aprender de otras culturas.

Canadá 2012: La playa
Para el 2012 ya había decidido que mis libros que llevaría en mis viajes, inspirado en mi viaje que hice a Europa del Este dos años y medio atrás acompañado de «Guerra y Paz» de Tolstoi, tendrían que ser ad hoc o inspirado por otros viajes, y mi estadía de larga duración en Canadá me trajo este libro, «The Beach» (La playa) de Alex Garland, comprado en una librería de segunda mano de Inglaterra por solo una libra esterlina (20 pesos en ese momento). Si bien no fuí a un lugar considerado «exótico» en términos occidentales (Tailandia en la novela), y que la película que inspiró no fue precisamente la mejor, el libro me atrapó por completo ya desde el avión rumbo a Toronto con toda una filosofía de la generación X (si bien yo soy millennial, aunque crecí en un ambiente de la Gen X) donde se mezclaba el ímpetu de viajar a lugares donde los viajeros no eran simples turistas, y donde la filosofía nihilista se mezclaba con los juegos portátiles del Game Boy. Una de las mejores novelas que había leído hasta ese momento.

Canadá 2012 y 2013. Star Wars en verano e invierno.
Poco antes de que una de mis franquicias favoritas fuera vendida y destripada por Disney, anduve por todas las librerías de Montreal, Toronto, Ottawa, Calgary y Vancouver, coleccionando mis libros del universo expandido. En el famoso Mont-Royal de Montreal me eché «Deceived» y «Cloak of Deception». En mi vuelo a España desde Canadá para trabajar en Sevilla, dejé mucha de mi ropa para cargar mis decenas de libros de una historia que pasó hace mucho tiempo en una galaxia muy muy lejana…


España 2013: Lessing
2013, España. Mi verano en Sevilla trabajando con adolescentes estadounidenses no fue fácil, e ir a las librerías en mis tiempos libres era mi distracción favorita. Y después de haber leído más de diez libros de Star Wars seguidos desde que estaba en Canadá, le di la bienvenida a un libro que ya había leído en la universidad, «Nathan el sabio» de Gotthold Ephraim Lessing.

Japón 2017: Libros de Alex Garland
2017. En mi primer viaje a Asia decidí que llevaría para leer en el avión a Tokio otro libro de Alex Garland, esta vez «The Tesseract», un drama urbano ambientado en Filipinas. Una novela que en su momento me agradó pero que no recuerdo mucho ya que no llenó el vacío que tenía de «The Beach», la primera novela de Garland y que me sé de pe a pa. Demasiada expectativa para un viaje que, más allá de este libro y de otros que llevé, superó con creces lo que esperaba.

Japón 2019: Sin noticias del imperio
2019. Japón. Mi estadía más larga, hasta el momento, en el país del sol naciente, ameritaba una novela de proporciones Tolstoianas por lo que decidí llevarme la que es considerada la mejor novela histórica mexicana, «Noticias del imperio» de Fernando del Paso aunque, para mí, ese puesto es de «El seductor de la patria» de Enrique Serna. El libro es tan metafóricamente pesado que incluso me alcanzó para llevarlo a Corea del Sur y a Hong Kong por lo que siempre tenía en mi mente a la emperatriz Carlota en tantos trenes, aviones y ferris por los que pasé, y cuyos soliloquios en el libro fueron los mejores de toda la novela.

Japón 2024: Mexicoland
2024, Japón. Después de mi última estancia en Japón y justo cuando inició la pandemia, encontré este libro, «Mexicoland» de Jaime Alfonso Sandoval que, en una época casi distópica (pandémica), prometía ser la gran distopía mexicana (con humor incluido). Me prometí entonces leerla hasta volver a Japón, cosa que hice finalmente a principios de este año. Coincide, además, de que comencé a leerla justo después de terminar «La edad de la punzada» de Xavier Velasco por lo que rompí mi récord leyendo dos novelas mexicanas al hilo. Dicho sea de paso, podría definir esta sátira distópica como un «¿Qué pasaría si los personajes y situaciones de la sitcom de ‘Vecinos’ vivieran dentro del mundo de ‘Los juegos del hambre’?».

Argentina 2024: Star Wars
2024. Argentina. Un viaje corto requiere una lectura corta, por eso decidí llevarme una novela de Star Wars (de las más recientes, algo que no suelo hacer porque no soy muy fan del Star Wars actual pero los protagonistas de «Dark Disciple» vienen de los viejos -y mejores – tiempos de la saga). En todo caso, los libros de Star Wars ciertamente mejoran el vocabulario técnico de inglés de uno, en especial de vocabulario que no suelo usar como «hull», «cockpit», «probe» o «dogfight». De regreso un libro de filosofía («Siete razones para amar la filosofía») que encontré en una librería de la avenida Corrientes en Buenos Aires. Ambas lecturas son bastante disfrutables, sobre todo viajando en avión.

Asia central 2024: Michael Crichton
2024. En vivo desde el Aeropuerto Internacional de Guadalajara con rumbo a Tashkent, Uzbekistán (después de dos escalas), leyendo el polémico «State of Fear» de Michael Crichton donde se lanza con todo contra los que apoyan acciones en contra del cambio climático. No lo leo por su «teoría de la conspiración», sino por otras razones. Para empezar me gustan los tecnothrillers, y mejor aún si es del mismísimo autor de «Jurassic Park». Además, sus más de 600 páginas son suficientes para las más de 50 horas que pasaré volando y las 30 horas que estaré viajando en tren (sin contar salas de espera, cafés, etc).
