Crónicas de un hostal: Cabosu House Beppu (Japón)

Esto lo escribí en Japón la primera vez que fui, más específicamente en el Cabosu House de Beppu, prefectura de Oita en la isla de Kyushu; la isla, de las cuatro mayores, más sureña del archipiélago japonés. En ese hostal fue mi primera experiencia haciendo un voluntariado (más información aquí). Los hostales han sido parte importante de mi vida y la idea de Viajabundear es promocionarlos para que los viajeros puedan disfrutar de estadías largas en otros países a bajo costo. Me gustaría, pues, continuar mis crónicas de hostales (que ya empecé en París y Bratislava)

Cuando pasas mucho tiempo en un mismo hostal eres testigo de los vaivenes de decenas y decenas de personas de todas partes del mundo, la mayoría sólo estará de paso en tu vida pero habrá otras, muy pocas, que para bien o para mal te marcarán para el resto de tu vida. Quizá sea una conexión meramente superficial, o quizá sea muy profunda, como el jugar cada noche ajedrez después de cenar o ir al karaoke a cantar y a desahogar con tu voz tu ira interior, como en Aggretsuko (la serie de animación de Netflix que me hace recordar mi primera vez en un karaoke en Beppu -ver foto de esta entrada- donde comencé a «entender» a los borrachos que “cantan” sus canciones “románticas” aunque no se necesite del alcohol en realidad, eso es sólo un pretexto ridículo para compensar la falta de voluntad de los que beben alcohol) o caminar por la playa juntos antes de despedirse (ella yendo a otra ciudad, tú regresando al hostal al que ya sientes como casa y donde todos te conocen, donde saben cuál es tu lugar en la despensa y en el refri, esa cotidianidad que rara vez sientes en un frío y lujoso hotel en donde sólo eres un simple turista). En pocos días me iré de Beppu a pasar mis últimos días en Osaka y Tokio y ahora todo aquí me parece tan normal, tan cotidiano y tan propio de mi vida que me siento raro al pensar en que pronto ya no estaré aquí. Beppu ha sido especial, por sus onsen (aguas termales), por su gente y clima cálido, por las caminatas que he hecho, por ser mi primera experiencia en Japón en un lugar muy tradicionalmente japonés.

Una persona un día me dijo en Guanajuato (cuando vivía allí) “tú no te adaptaste a vivir aquí”. Se equivocó terriblemente, yo siempre me he adaptado muy fácilmente a los lugares a los que he ido, en los que he vivido, quizás hasta sea una “maldición”. Incluso los lugares más jodidos en los que he vivido (mi “charquito” en Guanajuato y el hostal en el barrio de los “crack addicts” en Vancouver -ésta será mi siguiente entrada de “¿Cómo sobrevivir a un hostal de mala muerte?-) me costó dejarlos debido a mi facilidad de adaptación, tan es así que aún recuerdo los recovecos de esos lugares, la comida que comía, el dónde guardaba mis cosas, los olores de mis habitación, de la cocina, los chirridos de las destartaladas escaleras en ambos edificios, los lugares a los que iba, lo que vendían, lo que compraba, lo que respiraba. Llévenme a un lugar a donde ya he estado, el que sea, y los llevaré sin ver un mapa o sin saber el idioma del lugar a todos los lugares que conocí por primera vez. Cuando fui a Francia con mi papá en 1998 fuimos a un restaurante chino cerca de la Gare de Lyon, once años después, en el 2009, fui al mismo restaurante y me atendió la misma señora, ya más vieja, y me senté en la misma mesa, escuchando sus mismos gritos a su hijo, el cocinero.

La adaptación es como despedirse de alguien a quien apenas conoces pero cuando viajas el tiempo se convierte en un concepto marxista, el tiempo se corporativiza y no importa el andar del reloj si no las acciones y los hechos que suceden. Viajar con alguien durante tres días pueden equivaler tres lustros si sabes cómo viajar. Cuando duermes con alguien tiene ese mismo principio: conoces a alguien por veinte años y no tienes idea de quién sea esa persona, pero una noche juntos y al día siguiente puedes entender la razón de ser de esa persona. Y estos dos meses que llevo viajando y laborando en Japón, conociendo sobre todo el sur, no han sido en realidad dos meses; para una alumna de Estados Unidos han sido dos días pues me ha dicho que no ha sentido mi partido por tanto tiempo, pero para mí han sido más de dos años pues he hecho todo lo que he querido aquí, he formado un lazo con mi entorno, un contrato social y de vivienda de largo plazo que al abandonarlo me ha hecho más viejo y más sabio…

Y todo porque en un hostal conoces a fondo a la gente, a los lugareños, todo. Y Cabosu House, con su pequeño onsen, donde me bañaba a la medianoche para descansar en un cómodo tatami (futón), despertarme a las 8 de la mañana para desayunar pan tostado con miel y un matcha latte y después comenzar a trabajar, y luego a pasear por la ciudad, cenar con tus colegas, reír con ellos, ha sido una experiencia única en mi vida.